Al diseñar una encuesta, con frecuencia surgen dudas en torno a cuántos minutos es demasiado tiempo para que un informante responda una encuesta.

Como parte del diseño de la metodología de investigación, es muy importante tener claro que, por un lado, una encuesta demasiado larga puede resultar en fatiga de los encuestados, lo que produciría respuestas apresuradas o incluso el abandono de la encuesta antes de completarla. Esto puede generar un sesgo en los resultados, ya que quienes deciden no completar la encuesta pueden tener características diferentes a los que sí lo hacen, lo cual podría afectar la representatividad de la muestra.

Por otro lado, una encuesta muy corta puede limitar la completitud y detalle de la  información que un encuestado dispuesto pueda suministrar. Esto puede afectar la validez y la fiabilidad de los resultados, ya que una muestra limitada o con respuestas incompletas, no permitirá una comprensión adecuada del fenómeno que se está estudiando.

En general, se debe buscar un equilibrio entre la longitud y la complejidad de la encuesta, asegurándose de que la duración sea suficiente para obtener la información necesaria, pero sin exceder el tiempo que un encuestado está dispuesto a dedicar su atención. Para diseñar un formulario funcional se pueden utilizar técnicas como la agrupación de preguntas, la eliminación de preguntas redundantes y la inclusión de preguntas abiertas con el propósito de maximizar la información que se obtiene en una encuesta de duración adecuada, y hacer de la experiencia de participar en responder, una vivencia satisfactoria, por la importancia de opinar y ser la voz de quienes no serán encuestados.

Siendo así, ante la pregunta: ¿a partir de cuántos minutos de estar dando respuestas para diligenciar un formulario, comienza a perderse la atención y a bajar la calidad de las respuestas? La respuesta es que, basados en nuestra experiencia, luego de 20-30 minutos, la atención se empieza a dispersar.

Estudios especializados sugieren que una encuesta no debería superar los 20-30 minutos de duración, ya que después de este tiempo, los encuestados pueden comenzar a experimentar fatiga o aburrimiento y pueden tender a responder de manera menos cuidadosa o a abandonar la encuesta.

De hecho, algunas investigaciones han demostrado que la atención y la calidad de las respuestas pueden comenzar a disminuir después de tan solo unos minutos de completar una encuesta. Por ejemplo, un estudio de 2011 publicado en el Journal of Marketing Research encontró que después de aproximadamente 5 minutos de responder preguntas en una encuesta en línea, los participantes comenzaron a responder de manera más superficial y a dedicar menos tiempo a cada pregunta.

De lo anterior se concluye que es indispensable tener en cuenta la duración de una encuesta al momento de diseñarla, y hacer todo lo posible por reducir el tiempo que los participantes deben invertir en ella. Esto puede incluir reducir el número de preguntas, utilizar preguntas de opción múltiple en lugar de preguntas abiertas y evitar preguntas repetitivas o innecesarias, lo cual es completamente viable, dada la significativa cantidad de datos abiertos disponibles. Luego hay que hacer un llamado a los creadores de formularios para evitar preguntar lo que se puede obtener de otras fuentes y focalizarse en indagar por lo estrictamente necesario para enriquecer la evaluación.

La duración recomendada de una encuesta, que, como ya se mencionó, generalmente se sitúa en torno a los 20-30 minutos, es aplicable tanto a las encuestas presenciales como a las remotas (o en línea). Si bien es cierto esta duración es respaldada por estudios que dan cuenta de esos resultados, la experiencia de SEI indica que, si la encuesta es para una investigación sociodemográfica presencial, relativamente robusta, ese límite podría subirse a 45 minutos y, de otra parte,  si se trata de una encuesta remota, no debería en ningún caso, superar los 15 minutos.

Es cierto que en algunos casos las encuestas presenciales pueden ser más largas que las remotas, pero esto no significa que deban exceder la duración recomendada. De hecho, el que una encuesta sea presencial no significa que quienes respondan tengan más paciencia o presten más atención al responder preguntas por largos periodos de tiempo; en algunos casos, la presencia del encuestador puede generar incomodidad o presión en el encuestado, lo que puede afectar aún más su capacidad para responder con calidad.

Independientemente del método utilizado para administrar una encuesta deberá ser compromiso de los investigadores, asegurar una duración prudente que promueva la disposición a participar por parte de los encuestados, con el fin obtener datos fiables para aportar valor a los estudios.

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